De antemano, quiero disculparme por no haber compartido
ningún artículo el domingo pasado. Ha sido una semana muy difícil y seguramente
les comentaré más adelante por qué ha sido así. Pero por lo pronto, seguiremos
con la línea del Blog.
Esta semana, justamente, encontré un interesante artículo,
anónimo lamentablemente, sobre la perspectiva musical de John Cage, en
específico de lo que está detrás de su más conocida obra ‘4:33’. Para explicar
un poco, esta obra (según he podido interpretar) busca que el oyente genere su
‘propia música’, mientras que la orquesta –o el solista, ya que 4:33 fue
escrito para cualquier grupo instrumental- no emite sonido alguno. El oyente,
entre cuchicheos del público, entre el tosido de alguna otra persona, o incluso
entre sus propios pensamientos y expectativas crea la música que precisa
escuchar en esos cuatro minutos y treinta y tres segundos de ‘total silencio’.
En efecto, el silencio es un concepto imaginario, debido a que nuestra mente
nunca está en total silencio.
Con esta premisa, encontré entre los comentarios al
mencionado artículo, lo siguiente:
Cuentan que Verdi tenía que ensayar con sus cantantes en un
lago, a bordo de una barca, para evitar que las arias de sus óperas fueran
conocidas por el público antes de sus estrenos; y también que tras ellos el
público asistente salía del teatro cantando los fragmentos recién escuchados.
No creo que con la música de Cage suceda lo mismo. Quiero señalar que como buen
melómano ‘como de todo’, […], pero la verdad es que el abandono de la tonalidad
ha logrado hacer huir al público de los auditorios, causado no pocos traumas en
el sufrido oído de los aficionados, y es que existe un justificado
rechazo hacia la música contemporánea (por cierto un concepto demasiado
ambiguo). Dios nos libre de los modernos que dan siempre por bueno ‘lo último’
pero que carecen de base. ¿Cage o Bach? ¿Cage o Shostakovich? ¿Cage o Goreki?,
todos caben en el olimpo pero […] existen categorías... y gustos.
Seguramente a ustedes también les habrá llamado la atención
este comentario. Pareciera –sin ánimos de criticar al anónimo autor de este
comentario- que no ha podido comprender la trascendencia de la obra de Cage, o
por lo menos (como líneas arriba intenté por mi parte) pudo encontrar una
explicación o fundamento a esta expresión artística.
Entonces, precisamente, ¿cuál es la línea de la música
contemporánea?, ¿el que sea diferente la hace rechazada de entre los
auditorios? La respuesta es simple. La línea de la música contemporánea es,
como en algún artículo anterior publiqué, música que nació quizás para dejar de
ser música, es decir, para escapar de los parámetros que la música del siglo
XIX tenía. Esto implica considerar nuevos postulados, nuevos elementos, nuevos
recursos. Uno de los recursos que intentó utilizar Cage en su obra 4:33 fue
algo que nadie había visto antes de la misma manera: que el público sea el
principal agente, utilizando su imaginación, para escuchar lo que desee
escuchar en un momento determinado, teniendo como premisa su expectativa.
Si bien es cierto, existen algunas tendencias en la música
contemporánea que me atrevo a desmerecer un poco, debido a que, pareciera, se
han esforzado por escribir música lo más encriptadamente posible, antes de
pensar siquiera en la trascendencia de la misma. Es claro, que para que entre
el público el arte tenga acogida, es preciso brindarle a éste las herramientas
necesarias para el entendimiento, y consecuente disfrute, del arte. No se trata
de expresarse por expresarse, porque si bien es cierto, se habrá logrado ser
honesto y puro al reflejarse en una obra de arte, pero nadie jamás podrá
siquiera asomarse a entender que es lo que pasa con dicha obra. No es mi
intención menos validar la música de algunos compositores que, a simple vista,
encajan en esta descripción. Pero de todas maneras me sigo preguntando donde
quedó la parte interpretativa de la obra, lo que aquel que la aprecie, pueda
expresar con sus propias palabras.
Entonces se podría afirmar que el concepto de la música ha
cambiado drásticamente. En tiempos de Bach, donde los músicos no eran más que
un tipo de servicio brindado al monarca que los contrataba, el público estaba
limitado a escasos eventos musicales en el palacio, más era el alma en la
música profana que se hacía fuera de éstos. Quien más músicos poseyera en su
corte, mayor prestigio poseía, y quien tuviera al mejor compositor a su
servicio, de la misma manera. Con Beethoven por primera vez en la historia, se
puede empezar a considerar la profesión de hacer música, no sólo de
interpretarla, sino de componerla, y desde entonces la música salió de los
palacios para asentarse en los grandes teatros, los mismos que se discutían a
los más prestigiosos compositores para interpretar sus obras en sus salas de
concierto. Desde entonces, pocos elementos nuevos han aparecido en la música
académica, más si, aquellos que siempre estuvieron presentes han ido cambiando
hasta lo que son ahora. La utilización de estos elementos sacándolos de su
contexto es la premisa de la música contemporánea, y un brillante ejemplo de
ello es John Cage.
Así pues, la necesidad de innovar el arte de hacer música
es el motor de las nuevas tendencias contemporáneas, pero cabe aclarar que no
se trata de innovar por el mero hecho de hacerlo, sino porque surge una nueva
necesidad o exigencia extramusical que mueve a hacerlo. Recursos siempre los
habrá, solamente es preciso saber cómo y en qué oportunidad es preciso
utilizarlos. Eso es lo que caracteriza a la música contemporánea, por lo tanto
no hay que juzgarla por ello. Sobre la atonalidad me gustaría hablar y dedicar
todo un artículo al respecto –la verdad es que soy un gran admirador de los
escritos de Schoenberg, a quien sin duda citaría entonces-, pero la atonalidad
no es la causa del espanto del público en los auditorios –o por lo menos no la
más importante-, sino más bien, el mal empleo de ciertos recursos que, de
mejores maneras, se pueden utilizar para hacer música. En los últimos cincuenta
años se han compuesto verdaderas obras maestras utilizando el legado de
Schoenberg, aquí en Perú existe el reconocimiento a uno de los compositores de
los 50’s, el maestro Enrique Iturriaga, entre muchos más, claro.
Utilizar lo último para componer música tiene sus
consideraciones, pues sino se caerá en el error de componer música ‘que está a
la moda’ sin mayor contenido al servicio de la música en sí misma: una serie de
sonidos extraños, inconsecuentes, raros y hasta desagradables al oído, que no
tienen mayor trascendencia, como por ejemplo sería el descubrir nuevas
sonoridades, combinar distintos tipos de arte en uno sólo –como actuar, por
ejemplo, mientras se interpreta en escena-, etc. La experimentación con estas
formas de componer música ha sido de gran importancia en la ultravanguardia, y
nos han dejado una riquísima paleta de sonoridades, efectos, ideas, conceptos
nunca antes vistos, que podemos utilizar los nuevos y jóvenes compositores, aun
inexpertos en estas artes, pero deseosos por descubrir todos sus secretos,
únicamente para tenerlos al servicio de nuestra formación como compositores, y
claro está, correspondiendo a la sociedad con nuestro legado.
La música seguirá evolucionando, y como al final de su
comentario, nuestro amigo quiso mencionar, todos
tienen un lugar en el olimpo, es cierto, pero no todos ocuparán el mismo
lugar, y eso hay que saber diferenciarlo. A los de esta generación, nos
corresponde saber escoger qué utilizar para la creación de nuestro arte –de las
artes en general-; es nuestra responsabilidad.
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