Recientemente asistí a la
reunión mensual de Opus XXI, en la que todos los miembros compartimos nuestras
experiencias artísticas recientes, al mismo tiempo que planeamos las
actividades de las próximas fechas. Suelen ponerse sobre la mesa, por ejemplo,
las reflexiones de las cotidianidades de cada uno de los miembros, algo que
permite nutrirnos de las vivencias y conclusiones de todos para un provecho
personal. Entre las diversas ideas que fluyen en medio de las conversaciones
una en particular me llamó la atención, pues hablaba de algo que a menudo no se
analiza o aprecia debidamente: la postura de un creador frente a una audiencia.
Quizás no se es muy consciente del tema debido a que es algo que se puede
explicar en muy pocas palabras. De un modo simple, una creación puede tener o
no aprecio por parte de una audiencia, y es algo que se ve reflejado en la
acogida, los comentarios, hasta incluso los aplausos. Un modo de ver las cosas,
a mi parecer, bastante superfluo, pues no se centra en comprender la verdadera
relación que un creador debe tener con la audiencia a la cual dirige su obra.
En artículos pasados he tratado de explicar cual creo que debería ser la
postura de un compositor, un literato, un pintor, etc., frente a su creación, y
esta relación se fundamenta precisamente en el proceso creativo. Y ahora, con
el atrevimiento de publicar un nuevo artículo, quisiera hablar de aquel
vínculo, imperceptible muchas veces, que hay entre un creador y una audiencia.
Dejaremos de lado las ideas
expresadas en artículos anteriores (que de hecho recomiendo releer), como ‘Qué
es componer’ y ‘Ensayo sobre el público y la apreciación musical’, pues
básicamente se explican la relación entre creador y audiencia partiendo de ésta
última, hasta llegar al primero. Pero, ¿cuál es la postura correcta de un
creador frente a una audiencia? La respuesta a esta pregunta, en mi humilde
opinión, puede ser diversa pero a la vez debe encaminarse a un mismo propósito.
Por ejemplo, oí comentarios de muchachos que componen por el mero placer de
hacerlo (independientemente del proceso), y a quienes les tiene sin total
cuidado la opinión de quienes escuchen sus obras. Incluso, sé de algunos que no
componen para que su música sea escuchada, quizás podrían componer decenas de
obras, guardarlas en un cajón y no sentir mayor inquietud. Por otra parte, sé
de algunos cuyo proceso creativo está íntimamente vinculado con una virtual
expectativa del público, llegando hasta el punto de cuestionar un sonido, un
timbre o una duración en función de lo que cree que el público espera de dicho
sonido, timbre o duración.
Como se puede apreciar, son
dos posturas extremas y antagónicas que, de alguna manera, tienen un cierto
porcentaje de validez. Cada quien es libre de hacer con su música lo que desee,
lo que mejor crea por conveniente. Quizá el porcentaje que falta para que sean
debidamente fundamentadas gira en torno al propósito del acto creativo. Ese
punto ya fue explicado en los artículos mencionados en el párrafo anterior. Pero
aun subsiste la duda a la interrogante inicial. O mejor aun, la interrogante
puede cambiar: ¿cuál es la postura incorrecta de un creador frente a una
audiencia? Esta pregunta es más fácil de responder. Pienso yo que una postura
incorrecta sería, por ejemplo, la constante expectativa de satisfacer todo
cuanto una audiencia espera apreciar. Un comentario que sostiene esta idea fue
compartido anteriormente en un artículo, y era de Arnold Schoenberg: ‘Si es
arte no es para todos, y si es para todos no es arte’. Otra postura incorrecta
sería, también, desvincularse del delicado proceso que interviene cuando una
audiencia escucha una obra musical por primera, segunda o enésima vez. Pienso
yo que un artista, un creador, debe ser consciente no solamente del proceso
creativo en sí (que partió de una idea y se concretizó mediante la técnica),
sino también debe darle su lugar al proceso que está entre el papel, el
director, el músico intérprete y finalmente el público, pues a pesar del
resultado que se dé, este protocolo es parte fundamental de toda composición
musical, y no se debe menospreciar o negar. Desde luego que tampoco es un
proceso que se pueda controlar hasta el mínimo detalle. Ahí también hay una
postura errónea, pues parte de la interpretación de un músico o de un oyente
dependerá del grado de humanización que posee una obra de arte. Son términos
bastante osados. ¿Qué es humanización en el arte, y cuál es el grado o nivel
que se debe alcanzar para un correcto desenvolvimiento del proceso
interpretativo? Quizás la respuesta se encuentre en la postura que decide optar
el compositor con respecto a los demás individuos. Una postura cerrada desde
luego que no es útil; una postura abierta a corregir, a aceptar opiniones y a
creer en la posibilidad de un mejor resultado es, a mi opinión, aquella que
permitirá alcanzar un mayor nivel de humanización en el arte.
La relación Creador-Audiencia,
con todo lo que de por medio se encuentra, debe ser espontánea y atenta a las
opiniones, sugerencias y comentarios, sin necesidad de que éstos necesariamente
dictaminen cuál será el resultado final.