Toda obra musical tiene forma. Desde aquellas formas monopartitas tan
simples de los preludios barrocos, pasando por la clásica (en doble sentido)
forma sonata, hasta las últimas obras de la ultravanguardia contemporánea. Incluso
una obra escrita para improvisar –aunque suene contradictorio-, tiene forma.
Entonces, ¿Qué es la forma?, y claro, ¿Qué la origina? La
primera interrogante es muy fácil de responder y no hay dudas de lo que
significa: la forma es la estructura que obtiene una idea musical, luego de
haberla organizado en el discurso sonoro. Entiéndase por idea un motivo, una
frase, una oración, e incluso y más aplicable a la música contemporánea, un
sonido, un ruido, un tipo de silencio, etc.
Por supuesto, a lo largo de la historia ciertas formas
musicales han trascendido, han evolucionado, han desaparecido incluso. No nos
detendremos mucho a analizar las razones de su evolución, más sí el hecho de
que han evolucionado.
La principal y más importante de las formas libres (y cuyo
empleo se volvió cada vez más frecuente en los siglos XIX y XX) es el poema
sinfónico. Desde su aparición con Liszt ha ido evolucionando hasta quien, en mi
humilde opinión, es su máximo representante: Richard Strauss. Independientemente
de su riqueza orquestal, Strauss consolidó la idea del poema sinfónico
principalmente en los preceptos de la forma libre, heredada asimismo de otras
grandes obras –como el IV movimiento de la Sinfonía
Coral de Beethoven-. Entonces aquí encontramos un ejemplo que nos permite vislumbrar
una respuesta a la segunda interrogante planteada inicialmente. Strauss pone la
estructura antes que la forma, es decir, la idea musical antes del orden del
conjunto de éstas. Por supuesto que el orden es imprescindible, pero no lo
prioritario. Prevalece la fuerza de ‘lograr que el oyente capte la línea
narrativa del poema sinfónico’, antes de que ‘se obtenga forma ABA, Sonata,
Rondó, etc.’
No tengo intenciones de desmerecer estas formas. Su origen,
según parece, está relacionado con una lógica muy analítica e intelectual. En
la forma sonata, por ejemplo, la introducción despierta el interés y atrae,
cada vez más, al oyente a degustar la pieza y prestarle total atención a lo que
sigue. Para generar contraste, la introducción era, tomando ejemplos de Mozart,
Haydn o Beethoven, fundamentalmente
pausada, el Tema A, de carácter fluido o ligero quizás, y el Tema B en
contraste de carácter mas quizás no en tempo. Uno deja de esperar algo concreto
en el desarrollo, deja volar la imaginación, hasta que la música por sí misma
invita a esperar el retorno de los Temas A y B. La Coda concluye la forma
sonata como un apéndice temático que engloba el material temático expuesto
durante el movimiento.
Se podría decir, entonces, que el principal recurso que
genera la forma es la expectativa, y su correspondiente satisfacción e incluso
su no satisfacción. La expectativa y su correcta manipulación es lo que origina
la forma. Claro que, en el ejemplo de la forma sonata, es claro qué es lo que
se va a esperar, por lo tanto lo que enriquecía esta forma tan simple era el
cómo llegaba, cuándo llegaba, y hasta el por qué llegaba.
En el caso de las formas libre, retomando a Strauss, uno no sabe
en cierto punto qué espera, ni menos cómo, cuándo y por qué. Pero siempre uno
está esperando algo, siempre está esperando algo. Quizás sorpresa, quizás algo
muy predecible, quizás algo impresionante. El tema es que uno siempre espera, valga
la redundancia. Y desde que la música comienza, en la mente del oyente está esa
constante interacción entre esperar y
satisfacer con lo que llegue a oírse.
La música contemporánea ha evolucionado bajo ese concepto. El
factos expectativa está siempre primero (o casi siempre, de hecho), y la forma per sé, al servicio de ésta. Por lo
tanto no es enteramente posible rellenar un molde de la forma con ideas. Bueno,
en realidad es muy sencillo de hacer, pero la gran mayoría de las veces
interfiere con la verdadera intención del compositor.
Durante mi estadía en Santiago de Chile, para Copiu 2013,
tuve la oportunidad de ver algunas obras de Ramiro Molina, experto en la
composición imporovisativa. He aquí un nuevo nivel de esta expectativa: ni el
oyente, si el intérprete, ni siquiera el propio compositor tiene certeza de lo
que va a escuchar. Pero, aun más intensamente, siguen a la expectativa de algo.
Según Molina, la mejor improvisación surge de escuchar y tocar aquello que
aparezca en el último segundo, no pensarlo, ni siquiera una vez, simplemente
tocarla así como llega. Pero aun así, en el transcurso de la música, algo ya se
dijo, y uno mismo (oyente, intérprete o compositor) espera algo a partir de lo
ya dicho. Pareciera que estamos configurados para buscar algo ya dicho y
sobretodo, que guarde relación con los demás elementos, e incluso forzar su
relación para así poder decir: esto es A’+B, retomado de tal sección y… Pero
aplicando tres planos de escucha, aquella que ha de satisfacer siempre es la
escucha emocional (a diferencia de la escucha analítica o cultural –identificarse
culturalmente con la obra-). En esta escucha, la expectativa como elemento
generador de la forma está en su plenitud de efectos y facultados en el oyente,
incluso en obras donde ni el propio intérprete o compositor sabe qué esperar.
Concluyo con esto, pues, que la forma debe ser un recurso al
servicio de la música, y no viceversa (al igual que la técnica compositiva y el
nivel compositivo, de los que hablaré más adelante). La expectativa da sed, y
lo que ocurra después, de alguna manera, debe saciarla.