En los artículos pasados, y
sobre todo en el último, puse un especial énfasis sobre un término que envuelve
mucho y que, de hecho, se cuestiona recientemente, a la música compuesta a
partir del siglo pasado. Puede ser atrevido el uso de la palabra ‘cuestiona’,
pues es como negar o poner en duda una parte muy inherente a la naturaleza de
una expresión social, más aun artística.
Primero es preciso ponernos de
acuerdo, afirmando que la estética está siempre presente en una obra de arte.
Pero he aquí un importante punto de diferenciación entre lo que es el discurso
propiamente artístico y lo que es el discurso estético. Ciertamente, la estética no nace como
discurso literal sobre la obra de arte. Immanuel Kant hace una sustitución de
la palabra ‘estética’ por ‘problemática’, refiriéndose al sentido del gusto. En
este sentido queda claro que la estética es, entonces, una parte importante del
arte pero acuñada a ella solamente cuando es apreciada en un tiempo y lugar
determinados. Este concepto significa, asimismo, una especie de condena al
arte. La noción de estética le otorga cierta autonomía y a la vez cierta dependencia
de la ‘obra de arte’, por lo que a la hora de juzgar o calificar una expresión artística
es preciso hacerlo en estos dos planos separados. Pero, ¿cómo salir de la
estética para hacer la crítica a un objeto que, de una u otra manera, permanece
al interior de ella? Esta puede ser una contradicción paradójica, y de antemano
he ahí la razón por la cual no creo en la fiabilidad de un criticismo, por lo
menos musical.
En una artículo publicado por
Gabriel Castillo, del Instituto de Estética de la Pontificia Universidad
Católica de Chile, señala un importante paso para poder ser conscientes de qué
calificar cuando se decide establecer un valor estético a un producto
artístico. Es claro que en esta ‘aparente’ contradicción queda un vacío fácil
de aprovechar. Castillo lo señala como ‘aquello que calla’. Y pues sí, la única
manera de poder calificar estéticamente una obra de arte es tratando de
escuchar todo aquello que calla (Castillo lo denomina ‘estética nocturna’).
Desde sus recientes
postulados, la estética ha sido siempre limitada a la idea de obra de arte,
pero es posible concebir una estética sin una obra de arte en cuestión, pues
éste concepto evoluciona y se redefine constantemente, que es posible comprender
una estética fuera de un objeto en particular, mas imposible fuera de un
contexto particular.
Ahora bien, comprendemos que
una estética ‘de contexto’ puede ser concebida aisladamente de una obra de
arte, pero es imposible concebir la estética de un producto artístico por sí
misma. Y en el caso de nosotros, los latinoamericanos, que durante cinco siglos
hemos vivido, de cierta manera, bajo la sombra de la civilización europea,
tratando de creer que al adquirir costumbres y maneras de allá (incluidas,
claro está, las estéticas contemporáneas)… ¿dónde ha ido a parar nuestra propia
estética? En tela de juicio se pueden poner muchos postulados sobre las
tendencias estéticas y los valores estéticos de distintas obras culturales muy
propias de Latinoamérica, pero que a su vez, incluyen un mínimo de porcentaje
de aquello que vino de Europa. Respecto a este tema, basto y amplio, no puedo
ahondar a profundidad en el presente artículo. Más sí me permito aportar a mi
manera sobre una eventual solución a este aparente problema.
En artículos pasados hablé
sobre lo que es la consciencia y la necesidad. Bueno, ahora preciso de la
comprensión total y plena de lo que ‘ser consciente de qué se necesita’
significa para un artista, y en especial para un compositor. En una amena y
breve charla con Aldo Rojas, director del grupo ‘Opus XXI’, agrupación a la que
pertenezco desde sus inicios, y recabando un poco en aquellos detalles de una
charla que tuve la oportunidad de brindar a los participantes del Taller de
creación de música experimental del Conservatorio Regional de Música ‘Luis
Duncker Lavalle’, sobre mi ajetreado y revelador viaje a Santiago de Chile,
enfatizamos sobre estos dos términos, a los cuales Aldo añadió un término que
sin duda es tan indispensable y consecuente a los dos ya mencionados
anteriormente. Concluyó diciendo lo siguiente: ‘la necesidad conlleva a la
búsqueda’. No se pudo decir de mejor manera. Y creo que aquí está la respuesta
al por qué de tanto alboroto sobre las estéticas ‘hurtadas’ de Latinoamérica.
Pues en la actualidad, y a diferencia del pasado, los compositores no buscan
algo que los diferencie de los demás, sino buscan algo que los haga verse
únicos. En el pasado era un poco diferente: parecía que se trataba de ser únicos
sin ser diferente del todo, adoptando lo que estaba en boga en cierto período
de tiempo y afianzándolo, lo más posible, a la idea de identidad, nacionalismo,
autóctono, etc. En cierta manera, este modelo, muy europeo de concepción del
arte y de la estética, nos permitió pintarnos de cuerpo entero, al tratarse de
una sociedad a la cuál ‘se le había arrebatado lo propio’ hace quinientos años.
Bueno, personalmente creo que este contexto es muy diferente al de la
actualidad. Hoy, para mí, lo importante es sentirse identificado sin sentirse
confundido. Ser conscientes de nuestras necesidades artísticas nos conlleva a buscar aquellas maneras de
manifestarnos que nos hagan sentirnos únicos. Y por ‘sentirnos’, me refiero a
un importante plano de la concepción artística: el YO. No es posible concebir
un entorno sin antes concebirse uno mismo como individuo en una colectividad.
De esta manera es que me
permito desmerecer un poco toda esta cuestión sobre lo que es y no es ser un
compositor –o artista- latinoamericano, pues al fin y al cabo, si un peruano se
identifica con algo propio de Venezuela, y si un Argentino se identifica con
algo de Alemania, sólo queda esperar y confiar en que es resultado de una
profunda consciencia de necesidad, y que es producto de una búsqueda muy
personal.