domingo, 7 de diciembre de 2014

Componer música sin ‘saber’ componer música

Desde hace ya algunos años que me dedico a la composición como tan sólo una parte de mis diversas actividades como músico. En el transcurso de este tiempo he podido apreciar, quizá sin mucho detenimiento, algunos fenómenos algo peculiares, que al compartirlos con otros compañeros que también se dedican al oficio de ‘crear música’, llegamos habitualmente a ciertas conclusiones en común. De entre todos aquellos fenómenos me llamó recientemente la atención (razón por la cual presento este nuevo artículo) uno que gira en torno a una pregunta que varias veces me hicieron amigos, entendidos o no en el tema de la música académica: ¿Y cómo haces para componer? ¿Es un don, o debo estudiar música para poder hacerlo? Esta pregunta siempre me dejaba sin una respuesta contundente al comienzo, pero conforme me la iban haciendo más y más personas pude, recolectando las experiencias anteriores, elaborar una respuesta que hoy me gustaría compartir con todos ustedes. Al inicio, mi respuesta pudo haber sido algo así como: no lo sé, simplemente dejo que la música fluya dentro de mí y con ayuda de la técnica… etcétera. Y, con la intención oculta de no quedar mal frente al amigo que me hacía la pregunta, yo concluía preguntándole ¿por qué la pregunta? ¿Alguna vez has sentido ganas de componer algo? Y en ese punto salían a la luz todo tipo de anécdotas, desde aquellas que cuentan cómo es que a los cinco años intentó componer una canción para el cumpleaños de su madre, hasta otras que hablan sobre fallidos bosquejos que están encerrados en un cajón y que nadie (excepto yo, desde ese momento) sabe de su existencia.

Por supuesto que yo no estoy aquí para traer luces respecto a un tema que muchos académicos han estudiado. Algunos estudios señalan que los niños aprenden muchas cosas sobre la música sin necesidad de una enseñanza musical formal. Desde luego que dicha enseñanza está para complementar, corregir  e impulsar la capacidad creativa de un niño o joven con ayuda de la música. Por ejemplo, mucha gente aprende a tocar guitarra empíricamente, y logran alcanzar un cierto nivel de experticia que es digno de respeto. Pero la enseñanza formal o académica le permitiría corregir cuestiones de postura (un caso común es la ‘manía’ de apoyar la guitarra sobre la pierna derecha en lugar de la izquierda), de técnica puramente guitarrística (que difiere consistentemente de la técnica del bajo electrónico, por ejemplo) y de desarrollo de la destreza (con la ayuda de métodos y estudios seleccionados). Numerosos aprendizajes musicales (entre los que se encuentra desde luego la creación musical) se dan fuera de un ámbito de escuela, académico, y no se rigen por la acción de aprender música, sino por el placer que produce hacer música, escuchando, interpretando, creando o hasta simplemente jugando. Esto deja un precedente que vale la pena resaltar: gracias a la gran cantidad de información que circula gracias a la tecnología y distintos medios de difusión, es muy difícil encontrar, hoy por hoy, a alguien musicalmente ignorante o desinformado. Por el contrario, la mayoría de niños y jóvenes poseen, gracias a ciertos cuidados y consideraciones en la educación de casa, un conocimiento musical rico y de algún modo sofisticado.

Es justamente este bagaje el que debe ser considerado como punto de partida para la realización de experiencias de creación musical, ricas y significativas, y nos lleve a reasignar un significado a lo que significa ‘saber’ música como requisito para la composición musical. Para algunos docentes la composición es una actividad que solo podrán desarrollar quienes posean una cierta competencia instrumental que les permita probar en su instrumento las ideas musicales, determinadas habilidades de lectura y escritura musical y ciertos conocimientos básicos sobre teoría musical (técnica). En mayor o menor grado, eso es lo que se entiende por ‘saber’ música. Pero lo cierto es que las habilidades instrumentales, de lectura y escritura musical, desarrolladas por la mayoría de los estudiantes que comienzan la educación secundaria o hasta superior, no son suficientes si lo que se pretende es enseñarles a componer con métodos tradicionales. No todos podrán traducir a su instrumento lo que han imaginado y pocos serán capaces de transcribir esas mismas ideas. Del mismo modo, difícilmente los conceptos teóricos adquiridos podrán tener de forma directa una aplicación práctica. He aquí donde entra a tallar la importancia de la técnica como recurso para componer.

Si ésta es la única manera en la que se puede componer, poco podrá hacerse, y los resultados seguramente serán, al comienzo, muy pobres. Por el contrario, si por ‘saber’ música entendemos el poseer una experiencia auditiva rica y el tener criterios para combinar sonidos o patrones rítmicos o melódicos, modificar timbres u otros parámetros, seleccionar y estructurar las ideas que van surgiendo, escuchar y evaluar los resultados para mantener o modificar lo que se ha creado, etc., probablemente las posibilidades se multipliquen. Estas son habilidades que, en mayor o menor medida, poseen miles de jóvenes que, con una formación autodidacta, crean a diario su propia música sin ‘saber’ música en el sentido tradicional del término. Y estas son las habilidades requeridas para componer música usando algunas de las nuevas herramientas tecnológicas disponibles, entre ellas, algunos secuenciadores (tanto por software como en línea) que, en principio, no requieren del conocimiento de ningún tipo de notación, como por ejemplo ciertos editores de audio, determinadas aplicaciones virtuales alojadas en páginas web que ofrecen recursos gráficos que pueden ser manipulados por el usuario o programas específicos basados en el uso de la notación gráfica.

Ahora, existen opiniones contrariadas respecto a los medios que se utilizan para componer música. Principalmente algunos docentes de la vieja guardia afirman, siempre apegados a lo tradicional, que el uso de computadoras, o en general, de métodos no convencionales, le quitan calidad al resultado final. En mi opinión, creo que los secuenciadores, los software, etc., son simplemente una herramienta más, así como es la técnica, de la cual he hablado en tan numerosas ocasiones en artículos pasados. Si algún personaje como, por poner un ejemplo exagerado, Beethoven, Mozart, Brahms, Tchaicovsky, entre tantos, hubieran vivido en la época de Stockhausen o Varèse, ¿habrían dudado en experimentar con lo que tenían a la mano? Desde luego que hay compositores y compositores. Desde aquellos progresistas y con miras siempre al futuro, hasta aquellos sumamente conservadores. Pero, ¿no es eso lo hermoso de este arte, la diversidad?


Nuevamente, una pregunta inicial rige el discurso de este artículo. Pero en esta oportunidad quiero invitar al lector a responderla. Y entonces, ¿cómo se hace para componer? ¿Es un don, o se debe estudiar música para poder hacerlo? La respuesta desde luego la tendrá aquella persona que sienta la íntima curiosidad de saberlo.

domingo, 23 de noviembre de 2014

La relación Creador-Audiencia

Recientemente asistí a la reunión mensual de Opus XXI, en la que todos los miembros compartimos nuestras experiencias artísticas recientes, al mismo tiempo que planeamos las actividades de las próximas fechas. Suelen ponerse sobre la mesa, por ejemplo, las reflexiones de las cotidianidades de cada uno de los miembros, algo que permite nutrirnos de las vivencias y conclusiones de todos para un provecho personal. Entre las diversas ideas que fluyen en medio de las conversaciones una en particular me llamó la atención, pues hablaba de algo que a menudo no se analiza o aprecia debidamente: la postura de un creador frente a una audiencia. Quizás no se es muy consciente del tema debido a que es algo que se puede explicar en muy pocas palabras. De un modo simple, una creación puede tener o no aprecio por parte de una audiencia, y es algo que se ve reflejado en la acogida, los comentarios, hasta incluso los aplausos. Un modo de ver las cosas, a mi parecer, bastante superfluo, pues no se centra en comprender la verdadera relación que un creador debe tener con la audiencia a la cual dirige su obra. En artículos pasados he tratado de explicar cual creo que debería ser la postura de un compositor, un literato, un pintor, etc., frente a su creación, y esta relación se fundamenta precisamente en el proceso creativo. Y ahora, con el atrevimiento de publicar un nuevo artículo, quisiera hablar de aquel vínculo, imperceptible muchas veces, que hay entre un creador y una audiencia.

Dejaremos de lado las ideas expresadas en artículos anteriores (que de hecho recomiendo releer), como ‘Qué es componer’ y ‘Ensayo sobre el público y la apreciación musical’, pues básicamente se explican la relación entre creador y audiencia partiendo de ésta última, hasta llegar al primero. Pero, ¿cuál es la postura correcta de un creador frente a una audiencia? La respuesta a esta pregunta, en mi humilde opinión, puede ser diversa pero a la vez debe encaminarse a un mismo propósito. Por ejemplo, oí comentarios de muchachos que componen por el mero placer de hacerlo (independientemente del proceso), y a quienes les tiene sin total cuidado la opinión de quienes escuchen sus obras. Incluso, sé de algunos que no componen para que su música sea escuchada, quizás podrían componer decenas de obras, guardarlas en un cajón y no sentir mayor inquietud. Por otra parte, sé de algunos cuyo proceso creativo está íntimamente vinculado con una virtual expectativa del público, llegando hasta el punto de cuestionar un sonido, un timbre o una duración en función de lo que cree que el público espera de dicho sonido, timbre o duración.

Como se puede apreciar, son dos posturas extremas y antagónicas que, de alguna manera, tienen un cierto porcentaje de validez. Cada quien es libre de hacer con su música lo que desee, lo que mejor crea por conveniente. Quizá el porcentaje que falta para que sean debidamente fundamentadas gira en torno al propósito del acto creativo. Ese punto ya fue explicado en los artículos mencionados en el párrafo anterior. Pero aun subsiste la duda a la interrogante inicial. O mejor aun, la interrogante puede cambiar: ¿cuál es la postura incorrecta de un creador frente a una audiencia? Esta pregunta es más fácil de responder. Pienso yo que una postura incorrecta sería, por ejemplo, la constante expectativa de satisfacer todo cuanto una audiencia espera apreciar. Un comentario que sostiene esta idea fue compartido anteriormente en un artículo, y era de Arnold Schoenberg: ‘Si es arte no es para todos, y si es para todos no es arte’. Otra postura incorrecta sería, también, desvincularse del delicado proceso que interviene cuando una audiencia escucha una obra musical por primera, segunda o enésima vez. Pienso yo que un artista, un creador, debe ser consciente no solamente del proceso creativo en sí (que partió de una idea y se concretizó mediante la técnica), sino también debe darle su lugar al proceso que está entre el papel, el director, el músico intérprete y finalmente el público, pues a pesar del resultado que se dé, este protocolo es parte fundamental de toda composición musical, y no se debe menospreciar o negar. Desde luego que tampoco es un proceso que se pueda controlar hasta el mínimo detalle. Ahí también hay una postura errónea, pues parte de la interpretación de un músico o de un oyente dependerá del grado de humanización que posee una obra de arte. Son términos bastante osados. ¿Qué es humanización en el arte, y cuál es el grado o nivel que se debe alcanzar para un correcto desenvolvimiento del proceso interpretativo? Quizás la respuesta se encuentre en la postura que decide optar el compositor con respecto a los demás individuos. Una postura cerrada desde luego que no es útil; una postura abierta a corregir, a aceptar opiniones y a creer en la posibilidad de un mejor resultado es, a mi opinión, aquella que permitirá alcanzar un mayor nivel de humanización en el arte.


La relación Creador-Audiencia, con todo lo que de por medio se encuentra, debe ser espontánea y atenta a las opiniones, sugerencias y comentarios, sin necesidad de que éstos necesariamente dictaminen cuál será el resultado final.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Máscaras

Esta semana se llevaron a cabo las actividades de Germina.Cciones Perú Sur en Puno y Arequipa, brindando un espacio para la participación colectiva de intérpretes y compositores para la creación de nuevos trabajos compositivos, de la mano como siempre de Luca Belcastro, quien por tercer año consecutivo visita la Ciudad Blanca para impartir, junto a otras personalidades de la vida musical local, charlas y conferencias que puedan nutrir justamente dicho espacio de participación colectiva. Asimismo, entre las actividades programadas por la visita del maestro Belcastro, se realizó el pasado jueves 6 de noviembre la presentación en Arequipa de los libros ‘Diario Sudamericano’ y ‘Sacbeob’, de autoría suya, y que permiten ampliar el panorama de lo que el proyecto de Germina.Cciones pretende difundir, desde la perspectiva de su fundador y principal promotor. Así pues, entre muchas de las conclusiones abordadas durante este nutrido programa de charlas y participaciones diversas, es que me permito una vez más, y luego de un año de inactividad, continuar con este pequeño y humilde proyecto, mi Blog, con el cual pretendo expresar mis ideas sobre lo que la actualidad musical de la ciudad (en todo sentido de este arte) tiene para ofrecer a quienes dedicamos nuestra vida a hacer, profesar y vivir música.

En esta oportunidad quiero compartir con ustedes un tema que considero, es vital para alcanzar la plena consciencia de todo proceso creativo. El título del artículo insinúa de alguna manera por donde se dirigirá este discurso. Recordemos que la consciencia es un elemento indispensable para alcanzar un objetivo de manera más pura y honesta consigo mismo. Pero, ¿qué es justamente aquello que nos impide alcanzar dicho estado de consciencia? Por ejemplo, algo que hasta incluso lo niega es la carencia de libertad. Un espacio de libertad, que nos permita alejarnos de lo definido por el entorno para así poder encontrarnos tal cual somos, nos dará a su vez la capacidad de ver con mayor claridad la realidad de las cosas. Desde luego, que este estado no nos da el derecho de presumir que lo que hemos llegado a ver es lo cierto, la verdad y que no hay otra cosa después de eso (he aquí una máscara), pues independientemente de que sea un acto egoísta que interfiere con la libertad de otros, es además una manifestación de soberbia, al creer que nuestras conclusiones sobre el vivir el día a día son las que deben funcionar con todas las personas. Por supuesto que esto es completamente falso, pues cada quien, de acuerdo a su manera de desarrollarse con su entorno y a sus ganas de alcanzar el ya mencionado ‘estado de consciencia’, podrá abordar distintas conclusiones, que de seguro diferirán sustancialmente con las de uno.

Desde la dinámica del proceso creativo, este espacio de libertad alcanzado se relaciona directamente con el tiempo, pues es uno mismo quien decide como distribuir su tiempo para relacionarse con su entorno. Obviamente, parte de este tiempo puede ser dedicado a la creación, o en el caso específico de la música, a la composición. Ya en un estado de consciencia no muy profundo, se tiene conocimiento de lo efímero que es el tiempo, y que cada circunstancia diaria en la que decidimos invertirlo debe ser, al máximo posible, productiva y significativa para nuestras vidas. Así pues, nos encontramos frente a todo un proceso que debe ser meditado antes de empezar siquiera a dibujar los pentagramas en una hoja de papel. Otra máscara, muy poderosa, y que ha agobiado a muchos compositores jóvenes e inexpertos en su mayoría, es aquella que afirma que ‘componer música es una manifestación pura y absoluta de la técnica’. En otras palabras, el resultado sonoro debe estar a disposición de la técnica, más no al revés, por que en ese caso se estaría cometiendo una ‘aberración creativa’. Sobran los comentarios al respecto. Considero, pues, que existen tres conceptos que es preciso meditar antes de empezar a tomar decisiones técnicas.

El primero de estos conceptos es Experiencia. Básicamente, la experiencia de cada quien le permitirá transmitir un resultado único al momento de componer, pues nadie vive la misma experiencia de la misma manera, y si así llegara a ser, es imposible sacar las mismas conclusiones y que sus caminos se hayan modificado de la misma manera a partir de dicha experiencia. Meditar sobre las experiencias de uno mismo nos acerca más al codiciado estado de consciencia.

En segundo lugar, está la Comunicación. El ser humano es un hombre que, por naturaleza, busca relacionarse con otros individuos, y la mejor manera de lograrlo es comunicándose. Cada quien, desde luego, y a partir de su manera de desarrollarse con su experiencia pasada, puede comunicarse de distinta forma, y en el proceso, decidir que es lo que quiere compartir con su entorno.

Finalmente, está la manera como el individuo se comunica, es decir, la Expresividad. La capacidad de transmitir, más allá de una idea concreta que también cualquier otro puede transmitir con sus propias palabras, con el plus de aquello que nos dejó una determinada experiencia y que estamos deseosos de compartir con los demás.


Estos tres conceptos se relacionan profundamente, por lo tanto antes de traducirlos a la técnica, es preciso vivirlos, entenderlos, aceptarlos y relacionarse con ellos como parte indispensable del proceso creativo. Precisamente, el estado de pureza, de consciencia, consiste en encontrar cómo uno es, independientemente de los gustos y esquemas que sugiere la sociedad y así poder, con ayuda de la técnica, manifestarlo mediante una obra de arte. Eso, es quitarse las máscaras.