Hola amigos de la música. Disculparán que ayer domingo no hice ninguna publicación, estuve bastante atareado. Pero más vale tarde que nunca. Hoy comparto con ustedes un extracto del primer capítulo del libro 'Después de la música. El siglo XX y más allá', de Diego Fischerman, titulado 'La pregunta de Nono'. Habla, en sí, sobre lo que es la música contemporánea, y como se ha concebido esta desde su evolución en el arte de hacer música académica.
Buenos
Aires, 1985. Luigi Nono, uno de los compositores mas importantes de siglo XX,
da una conferencia. El lugar elegido es un centro barrial y allí asisten,
además de compositores y críticos, público común: gente del barrio, curiosos,
personas que no tienen otra cosa que hacer y otras a las que, simplemente, les
interesa ver de qué se trata.
Algunos
hacen preguntas técnicas, a las que Nono contesta de mala gana. Una señora
levanta la mano y dice: “Yo querría saber que es la música contemporánea”. El moderador la interrumpe y, como puede, le explica que de lo
que se trata es de darle al encuentro un cariz más profesional. Rápidamente, se dirige al auditorio y pide
otra pregunta, que sea más específica. Nono toma entonces la palabra. “Un momento”, dice, “esta es la primera pregunta que se me hace que tiene sentido y es
la única que vale la
pena contestar”.
La música es dirección. Transcurre en el tiempo y, aun cuando su apariencia sea estática, siempre se manifiesta con respecto a
la expectativa de movimiento. La música, inevitablemente, es transcurso. [...] En realidad, se han llevado
a cabo muchas más investigaciones a
partir del producto que sobre su percepción, pero se podría decir que en la escucha de música todo es recuerdo -pasado: los sonidos ya transcurridos, ese
tema que nos evoca, el ritmo que aún resuena en la mente- y expectativa -futuro: es que, a partir de
lo evocado, la mente se prepara a oír. Esa relación entre expectativa y satisfacción, entre anhelo y resolución, configura una cierta narratividad. La música cuenta algo. [...] Hay momentos
sentidos como clímax, y desde ya
tanto ellos como su postergación, tienen significados para el oyente. No existe un vasto
vocabulario que refiera a los auditivo. La mayoría de las imágenes a las que debe recurrir el lenguaje
para referirse a la música son visuales y
táctiles. O,
eventualmente, se refieren a características emocionales. [...] En la música, donde lo abstracto -o por lo menos su
idealización- era una condición de existencia, esos cambios (sobre las
formas de concebir el arte, sobre todo a partir del siglo XX), tuvieron para
muchos, el efecto de un abismo. Por múltiples razones, no solo de la percepción y de las expectativas con respecto a lo
que la música debía ser, sino también sociales y de circulación, el abandono del sistema alrededor del
cual la música había tejido sus redes de significado durante
unos seis o siete siglos fue rechazado por gran parte del público habituado a escuchar música. [...] La cuestión del rechazo del público hacia la música contemporánea, considerados en bloque tanto uno como
la otra, es, por supuesto, más compleja. No todo el público es igual, y parte de él no solo no rechaza las expresiones sonoras más osadas, sino que, en particular, las busca
y las prefiere. Y tampoco toda la música contemporánea es igual o presenta el mismo tipo de desafíos a sus oyentes potenciales. [...] Y, más allá de las numerosas diferencias entre unas músicas contemporáneas y otras, lo que casi todas ella alteran
es ese sentido narrativo, esa relación entre tensiones y distensiones sostenida por un ritmo
perceptible como tal, que, como variantes y cada vez de una manera más compleja -y en relación más tirante con el propio sistema-, estructuró el discurso tonal durante siglos. [...] La
tonalidad funcional fue precisada en el siglo XVIII, en pleno auge del
Iluminismo, por el comporsitor y teórico francés Jean-Philippe
Rameau y establece toda una serie de jerarquías entre sonidos, dispuesta para que la suseción de tensiones y reposos momentáneos conduzcan al reposo final y, sobre
todo, para permitir la postergación y dilación de ese reposo. Esa
cadena de postergaciones se haría más sutil, más compleja y elaborada a lo largo del siglo
siguiente, hasta llegar a las puertas de su propia disolución. [... ] Es importante, en ese sentido,
aclarar que cuando se habla de sistema no se hace referencia a ninguno de sus
componente por separado, sino a su interrelación en una estructura compleja de jerarquías. De hecho, la música no basada en el sistema tonal/funcional
generaría también una cierta direccionalidad y muchos de los
elementos que habían configurado la
tonalidad seguirían siendo
utilizados, aunque en contextos diferentes. La otra confusión habitual es la de pensar la atonalidad
como sinónimo de disonancia.
Si bien es cierto que, en sus comienzos, la ruptura de la tonalidad tuvo que
ver con el uso intensivo de disonancias -es decir, de sonidos con pocos armónicos en común y por lo tanto en relación de mayor tensión entre sí-, lo esencial ni era que estas fuerzas fueran utilizadas sino
que obedecieran o no a una funcionalidad tonal. Si se piensa en ejemplos
posibles del siglo XX, una composición basada en los cambios de volumen y de timbre de una sola nota o
incluso una obra estructurada sobre la ausencia del sonido (y la consecuente
expectativa del oyente) no tendrían ni una sola disonancia y, sin embargo, estarían lejos de obedecer a las leyes de la
tonalidad. Eventualmente, lo que resulta evidente al analizar las tendencias
estéticas de la música surgidas a partir del siglo XX es que
es imposible reducirlas al eje tonalidad/atonalidad.
El
timbre, el ritmo, las densidades, la intensidad, las texturas, la interválica
siempre formaron parte del discurso musical. Tanto como el color o las
relaciones de equilibrio fueron siempre elementos de la pintura. Lo que cambió
en el siglo XX -aunque fiera un cambio que venía gestándose paulatinamente
desde el mismo incio del lenguaje como tal- fue que esos elementos se
independizaron progresivamente, empezaron a tener un valor en sí mismos y
comenzaron a convertirse en ejes, en principios, a partir de los cuales
pudieron. Estructurarse nuevos sistemas de conducción de las variables sonoras.
[...] La problemática de la música compuesta a partir del siglo XX, entonces,
tiene que ver más con la identificación de sus principios constructivos
-principios que son nuevos como tales pero que existen en la música, como
elementos de un sistema, desde siempre- que con el hecho de que, como suele
decirse sin demasiado fundamento, plantee una ruptura radical con todo el
pasado. Lo que sí existe, y esto no es culpa de la música -o no
exclusivamente-, es una falta de frecuentación de los lenguajes musicales
cultos creados a partir del siglo XX. La comprensión del lenguaje (y cuando se
habla de comprensión no se hace referencia al dominio de las técnicas
involucradas en un hecho estético sino a la posibilidad de disfrutarlos)
necesita del conocimiento. Y ese conocimiento, en la música mucho más que en la
literatura en las artes plásticas, es sumamente escaso en el nivel del sentido
común con respecto a lo sucedido en los últimos años.
Responder
a la única pregunta que, según Luigi Nono, vale la pena contestar contestar no
resulta sencillo cuando la música actual incluye tanto a las vanguardias como a
quienes reaccionaron contra ellas; a los lenguajes electroacústicos y a los
retornos a instrumentos del pasado, como el clavecín o la flauta dulce o, en
la voz humana, al registro masculino de contratenor o falsettista; a las
técnicas extendidas -utilización no tradicional de los instrumentos musicales-;
a la nueva simplicidad y a la nueva complejidad; a los idiomas más
conscientemente abstractos y a la música de cine; a las óperas y a las
antióperas; a los compositores que desde las músicas populares llegaron a los
lenguajes eruditos y a quienes hicieron el camino inverso; a los nuevos géneros
artísticos, pensados en relación con la idea de la escucha, generados a partir
de tradiciones populares (esto sí una novedad absoluta del siglo XX,
relacionada con la aparición de los medios masivos de comunicación,
principalmente la radio y el disco) y al minimalismo; la intento de pautación
de todos los parámetros y a la incorporación de la improvisación como recurso
constructivo o a la liberación de casi todos los parámetros en la música
aleatoria; al entronizamiento de la obra como estética -y del lenguaje como
obra- y a la destrucción del concepto de obra. [... ] Es más bien altamente
posible que la mayorías de las tendencias actuales, al mismo tiempo que guardan
relación con el pasado -por acción o por omisión-, estén presentes también en
el futuro.
Y
las respuestas son posibles (refiriéndose a la pregunta que le hicieron a
Nono), aun con el riesgo de la reducción excesiva. La música contemporánea no
es necesariamente tonal o atonal, no es obligatoriamente electrónica ni se
desenvuelve forzosamente en la ultracomplejidad contrapuntística. A veces juega
con las convenciones anteriores y a veces las niega. En algunas ocasiones elige
circular por los mismo canales que la música del pasado -los conciertos, las
representaciones de ópera- y en otras intenta fundar, con ella, nuevas formas
de recepción. La música compuesta a partir del siglo XX puede ser casi de
cualquier manera pero siempre responde a una especie de vacío inicial. En todo
caso, es la primera en la historia para lo que no hay una estética fijada de
antemano; es la que inaugura la necesidad de, antes de existir, preguntarse -y
responder con la obra, es claro- acerca de su estética. Y es la única que
partió, aunque haya sido para no tener en cuenta a ese punto de partida, de la
posibilidad de no ser música.
Fischerman,
Diego: 2011 'Después de la música. El siglo XX y más allá'. Argentina: Eterna
Cadencia.
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