Corazón y cerebro. Es evidente
que ambos guardan una estrecha relación y cooperan juntos a la hora de
componer. Por supuesto, que esta perspectiva difiere en tanto hablemos del
oyente y del compositor por separado. La música posee ciertas calidades, como
le llama Schoenberg, en las cuales el oyente gusta de encontrarse con su propio
corazón. Pero a menudo se cree que aquellas calidades que han surgido en
nuestro corazón, han tenido que surgir también en el del compositor. Aaron
Copland en su libro ‘cómo escuchar música’ explica tres distintos planos de
escucha, aplicables incluso para el oyente común, aquel poco acostumbrado a
escuchar de otras músicas. El primer plano lo llama ‘sensual’, y a éste están atribuidas
todas las sensaciones que la música nos produce, ya sea como primera escucha, o
como la vez N que se escucha una obra en particular, simplemente por el placer
que producen los sonidos. Se trata del plano más puro de la escucha musical. El
segundo plano, el plano ‘expresivo’, un plano más profundo que el primero que
se relaciona con el supuesto significado de una obra, con aquello que quiso
expresar el compositor. Ante esta controversia, Copland aclara: ¿Quiere decir
algo la música? La respuesta es sí. ¿Se puede expresar con palabras lo que dice
la música? La respuesta será no. El plano final, el ‘puramente musical’ es
quizá el más controversial a mi parecer, no desde la perspectiva del oyente,
sino de la del compositor. Además del sonido deleitoso de la música y el
sentimiento expresivo que emite, la música existe verdaderamente por cuanto las
notas mismas y su manipulación. La
controversia está en que si efectivamente la música es concebida así por el
compositor.
En el esfuerzo creativo,
ciertamente la capacidad de combinar números y complejos cálculos posee un gran
mérito, pero debería ser obvio que no es el uso de una técnica compleja o una
simple lo que le da valor ‘sensual’ o ‘expresivo’ a una obra, sino la manera en
cómo se utiliza esta técnica y la forma en que se sublima. He escuchado alguna
vez comentarios sobre la expresividad o sensualidad de la música contemporánea,
afirmando que es imposible alcanzar tales planos y menos aun evocarlos en un
oyente cuando el plano puramente musical comprende una amalgama de complejas
ecuaciones matemáticas, de intrínseca relación y peor aun, de exclusivo
entendimiento y comprensión de su empleo por parte del compositor. Con este
comentario, pareciera que se trata de afirmar que, independientemente de la técnica
utilizada, el resultado debe obligatoriamente complacer a los demás, o lo que
es peor, a la mayoría. Schoenberg es tajante en este aspecto. Afirma: estoy convencido
de que el verdadero compositor escribe música por la única razón de que le
complace hacerlo. Los que componen porque desean complacer a los demás, y
llevan al público en el pensamiento, no son auténticos artistas.
Parece ahora que la situación
se complica más… Es decir que una obra no debe ser compuesta con el mero
objetivo de complacer al público, pero sin embargo el público siempre
encontrará la manera de complacerse con su audición, de alguna u otra manera.
Pues sí. La verdadera música, compuesta por un verdadero compositor, provoca
toda clase de impresiones aun sin pretenderlo. Es importante saber también que
un compositor no administra conscientemente la dosis de corazón o cerebro que
imprime en una composición, sino que simplemente aflora. Por supuesto, que
podrá tener el corazón rebosando de pasión, pero si en su cerebro no hay igual
cantidad de elementos, no sabrá o, mejor dicho, no encontrará la manera más
apropiada de expresarlo con música.
Todo esto nos invita a pensar
entonces que es lo que hay en medio de la concepción de una idea en el papel y
del sublime momento en que esta es escuchada por un público. Y peor aun, si a
la música de ahora se le han sumado técnicas de composición más ‘cerebrales’,
el enfoque se centra más en lo maravilloso que resulta ser el producto final,
dejando de lado el arduo proceso creativo. Es importante que un compositor, a
la hora de expresarse sobre su música, le preste importante atención no sólo al
punto de llegada, sino también al recorrido que le condujo a tomar determinadas
decisiones.
No porque una música en
específico sea más o menos compleja, es igualmente más o menos bella. En las
últimas décadas la presencia generalizada de que este aspecto de complejidad
técnica, evidente en muchas de las manifestaciones musicales occidentales, sea
necesaria para dar valor a un partitura, ha producido un quiebre y un
distanciamiento entre las músicas de Latinoamérica. Bajo esta óptica, es obvio
que la música popular carece de valor, lo cual no es cierto. Lo que le atribuye
el verdadero valor es la capacidad que tiene de trasmitir una idea, en
cualquiera de sus tres planos, y que esa idea haya sido captada por el oyente.
Corazón y cerebro, si bien
guardan una estrecha relación a la hora de componer música, no es lo único en
lo que se basa el valor intrínseco de una pieza musical. Respecto a esto, está
por supuesto el valor estético que posee.
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