Desde
muy pequeño escuché música y de todo tipo. La música popular presente en
fiestas, la música romántica y melodiosa de la estaciones de radio, y la música
clásica (así por lo menos le llamaba cuando era niño), accesible por aquellos
años sólo por grabaciones en CD's y casetes. Y cada música tenía lo suyo,
independientemente de la funcionalidad con la cual fue creada, como también un
cierto calificativo que le asignaba. Y además, inconscientemente se le asignaba
un cierto nivel, especialmente aquellas personas que se daban por críticos y
querían 'calificar' lo que escuchaban. Pero, ¿nivel de qué? ¿Acaso de calidad,
funcionalidad, o en el peor de los casos, nivel 'artístico'?
Para
responder esta pregunta desde el punto de vista del oyente, hay que seguir el
camino directo, es decir, escuchar, interpretar, analizar, repetir estos pasos
las veces necesarias, y disfrutar, claro está, durante el proceso. No se trata
de llegar al punto de origen de la obra en cuestión, necesariamente. Si en el
transcurso de este proceso no hay disfrute personal, simplemente es un mero
trabajo de análisis de la obra: entenderemos el 'por qué' de la música, sin
haber sentido el 'para qué'.
Es
innegable que cada pieza musical posee cierta calidad, cierto 'nivel', por así
decirlo, logrado únicamente con la utilización de ciertos elementos (elementos
de cualquier tipo) y de cómo fueron empleados, lo que se traduce en el impacto
que causa la música en el oyente. Este impacto se clasifica en dos planos, uno
superficial, y aquellos que en conjunto forman el segundo plano más profundo.
El superficial está ahí siempre, designado por el resultado de la primera
escucha, pero para acceder a los planos más profundos es preciso realizar un
trabajo de escucha más analítico. Y aunque no lo parezca, este trabajo
analítico siempre está presente cada vez que una pieza musical (sea cual sea el
género, estilo, funcionalidad) nos invita a escucharla una vez más. No es
lógico que una canción, tema u obra musical nos llame tanto la atención, si es que
cada vez que la escuchamos, en distintas circunstancias, no nos dijera algo
nuevo. Y esto nos servirá para medir en que 'nivel compositivo' se encuentra la
música en cuestión, y cuán profundo ha llegado a ser, en términos de este
nivel, el compositor. Si es muy superficial, la música no nos llamará mucho o
por mucho tiempo la atención. Pero si ha llegado a niveles más profundos, la
música siempre despertará en nosotros esa chispa que invita una vez más a
escucharla, y por supuesto, querer descubrir algo más que nos pueda decir.
¿Podemos expresar con palabras esa chispa? Casi la totalidad de las veces, no
con palabras precisas. ¿Podemos afirmar que esa chispa existe? Por supuesto.
A
simple vista, hemos hallado, desde la perspectiva del oyente, el secreto para
el éxito de una pieza musical. Pareciera tan sencillo... Pero vamos ahora desde
el verdadero camino de la creación, partiendo esta vez desde la concepción de
una idea, su estructuración, su representación gráfica y finalmente su
interpretación. Desde aquí, la situación se torna más complicada, en verdad no
es tan sencillo como parece. Es fácil cometer 'errores' al componer si
tomásemos estos preceptos, pues ya sé qué
es lo que no quiero, pero no sé qué es lo que quiero.
Del
transcurso de la historia han llegado a nosotros obras musicales que cumplen
estas características a cabalidad, lo que le confiere 'nivel' y 'éxito' a la
producción de un determinado compositor. Por lo tanto, allí hay muestras de qué
hacer para lograr el mismo efecto en la música compuesta hoy en día. Pero,
¿cuál sería el resultado? Una obra que suena a
Beethoven escrita por alguien que no es Beethoven, en un año que no
pertenece al siglo XVIII/XIX, y en medio de circunstancias culturales, de realidad,
de necesidad tan distintas a las de esa época. Nada más feo que eso, pero en
realidad de ejercicios de composición de esta naturaleza es que se aprende y se
sigue aprendiendo, por siempre. Lo digo así, sin miedo, pues de hecho mis
primeras obras poseen esas características (sin mencionar el hecho de que me
inicié en la composición de manera autodidacta).
La
consolidación de un estilo es importante también a la hora de asignarle un
nivel a la música. Tomando el ejemplo anterior, tendríamos un Beethoven
imperfecto, que al final de cuentas intenta ser Beethoven, pero nunca llegará a
serlo, sólo a parecerse. Entonces, ¿por qué parecerse, si en cambio ser puede
‘ser’ de alguna otra manera? Cuanto más original se es al componer, mayor nivel
se le confiere a la obra. No se trata de utilizar un ‘lenguaje propio’, sino de
‘una manera peculiar de hablar’. Caso contrario, nos encontraríamos intentando
enseñarle un nuevo lenguaje a una persona para que nos pueda entender, cuando
simplemente, con las palabras propias de nuestra lengua en común, podría
manifestarle lo que quiero expresar.
En
resumen, el tema de ‘asignarle un nivel a la música’ va de la mano con dos
aspectos: el estilo compositivo y la profundidad con la cual fue creada. Como
mencioné al inicio de este artículo, no me refiero únicamente a la música
académica (por ponerle un nombre) sino al arte de hacer música en general, y si
desea llamársele de alguna manera, estos preceptos le confieren a la música ‘la
clave del éxito’ como manifestación artística, claro, considerando también que
varios otros preceptos (aun no desarrollados en algún artículo) conforman el
grueso de cualidades que una obra debe poseer para llamarse arte.
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