En
el primer artículo me propuse, con ayuda de una recopilación de un libro de
Diego Fischerman –Después de la música, el siglo XX y más allá- expresar
algunas ideas sobre lo que es o no es la música contemporánea, y así de paso
desmentir algunos mitos sobre la concepción de esta música.
Pues
a lo largo de los últimos artículos he desarrollado, de la misma manera,
aspectos importantes que comprometen la perspectiva de esta música desde su
origen en la composición, pero poco o nada, quizás, sobre cómo es que debe ser
escuchada, si es que hay, claro está, una manera o un camino cierto y verdadero
para el goce de las nuevas expresiones musicales de nuestra era.
Para
comenzar, algo que aprendí en los días en que participé de Copiu 2013 en
Santiago de Chile, es que la palabra ‘contemporánea’ es eso nada más, una
palabra. Según Fischerman, fue acuñada probablemente por Joseph Goebbles, en un
tiempo en que la Alemania nazi se esforzaba por hacer marcadas diferencias de
lo que consideraba ‘música degenerada’ –música en la que entra a tallar el
mismo Arnold Schoenberg- y la música propia, considerada y revalorizada
sobremanera. E incluso, es un término contradictorio, si se cree que la música
contemporánea logró como principal objetivo –sin que necesariamente sea el que
sus compositores se hayan puesto inicialmente- romper con las convenciones
tradicionales de la música, hablando entonces de una música abierta, que no
debe ser definida ni conceptualizada, porque eso la llevaría a sus propios
límites. El llamar a cierta materia sonora ‘música contemporánea’ ya le ha conferido
ciertas características que un eventual oyente espera encontrar luego de la
primera escucha. Pero en fin, el punto es que este es un término tan en boga
últimamente, e incluso se le confiere el papel de estética dominante, por lo
que aquel compositor que estuviera fuera de los supuestos cánones de esta
expresión, simplemente es conservador, o como le llaman, ‘pertenece a la
resistencia’. Al final de cuentas, todo esto no hace otra cosa que asignarle
aun más ambigüedad al término ‘contemporánea’ de lo que ya de por si posee.
Simplemente, es música.
Estos
factores también han afectado a los oyentes. Un oyente, como hemos visto
anteriormente, tiene expectativas que desea ‘desafiar’ al momento de escuchar
una obra. Pero lo cierto es que, al parecer, estas expectativas parecen estar claramente
definidas. Por otra parte, un importantísimo papel lo juegan los medios de
comunicación, principalmente aquellos directamente responsables de la difusión
de la nueva música. Desde esta perspectiva, una obra que se haya grabado y
producido con un importante sello discográfico, técnicamente, es mejor música
que aquella que permanece ‘desconocida’ o ‘inexistente’. Como que el hecho de que se haya grabado le
confiere valor histórico y, por lo tanto, merece ser escuchada. Y claro está,
el disfrute de esta música está garantizado de esta manera.
Pero
la música, o cualquier discurso sonoro, es ante todo arte. Y la verdad es que
poco o nada sirve el valor histórico a la hora de disfrutar con una obra, si
falta la emoción estética. Es cierto que las reglas de la historia y las del
placer han evolucionado de la mano pero muy distintamente, y lo que hace que
una obra artística sea interesante para un receptor es diferente a lo que le da
significación histórica. Pues son distintos los valores que se le pueden conferir
a una obra artística, por ejemplo, como valor teórico, como valor estético,
como valor histórico, etc. Y cada uno de estos valores no le asigna genialidad
o gran acogida, si es que dejamos de lado la funcionalidad, originalidad,
complejidad, etc., con la que fue
concebida.
El
oído de un receptor promedio hoy en día, está condenado a satisfacer su expectativa
con direccionalidad. Entonces, si hablamos de un arte que posee distintos
valores y que en sí, trata de romper con la direccionalidad propia de la música
anterior al siglo XX, ¿qué actitud debemos afrontar a la hora de escuchar esta
nueva música? La respuesta la cito textualmente del libro de Fischerman: ‘Como
en las historias de iniciación o en los rituales sufi, quien quiera acercarse a
alguna de estas músicas deberá dejar en las puertas del templo sus vestiduras,
sus pecados y, sobre todo, su memoria. Deberá ignorar gran parte de sus
nociones previas acerca de qué es lo artístico y cómo se percibe el arte y
estar dispuesto a recibir una nueva clase de conocimiento’. Para poder aplicar
esto, también hay que ser conscientes de que la música, independientemente de
que sea un lenguaje o no, definitivamente expresa algo más que su propio
lenguaje.
Como
explicaba en un artículo anterior, la música tiene distintos niveles de
escucha, pero lo curioso está aquí en saber, como oyente, a qué nivel deseo
desplazarme en tal o tal ocasión. Algunos oyentes –los ideales, quizás- se
empeñan en llegar a los más profundos niveles de disfrute de estas nuevas
artes, cuando otros por el contrario, puede que no hayan cavado tan profundo,
pero si que hayan encontrado un nivel en el que, a cabalidad, una música
determinada les produce un placer determinado. Lo que si critico,
personalmente, son aquellas actitudes con las que un potencial oyente se rehúsa
a siquiera empezar a excavar, solamente guiado por el temor o simplemente, por
aquella primera impresión de que lo que está a punto de escuchar no saciará su
direccionalizada expectativa. Pues es cierto, además, que hay distintos tipos
de oyentes –según Theodor W. Adorno-, tales como el oyente emocional, el oyente
experto, el buen oyente, el consumidor cultural y el oyente por resentimiento
(Adorno, Theodor – Sociología de la
música). Pero para poder clasificar entre estos tipos de oyentes, primero
hay que calificar como oyente, y no como un simple transeúnte musical que
recorrió su trayecto ‘oyendo’ distintas músicas, pero sin siquiera ser
consciente de en que nivel pudo o no disfrutarlas.
Finalmente,
hay tendencias de carácter muy despectivo, respecto a la música industrializada
propia del siglo XXI, aquella música cuyo ideal es, como mencioné
anteriormente, situarse en los top 10 de discos más vendidos, pues la industria
discográfica tiene un gran poder para determinar que se debe oír y que no.
Quiero aclarar que lo expuesto en este artículo no incluye en ningún término -aunque
algo de cierto pueda tener- a estas nuevas músicas de carácter esencialmente
industrial y comercial, concebidas bajo preceptos estéticos completamente
diferentes a los de –valga el término por esta vez- la música contemporánea.
La
verdad es que este artículo merece una explicación más larga y detallada, pero
de ser así se podría convertir en un ‘manual práctico para escuchar música
contemporánea’. Nada más terrible que eso, pues efectivamente no hay una sola
manera de escuchar música, pero lo que si hay –y debe de haber siempre- es un objetivo
que merece ser situado como importante: el disfrute a través del placer
estético.
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